miércoles, 26 de septiembre de 2007

Beltrán (II)

-Debe haber como quinientos potenciales magos en Aranjuez, y sólo conozco a tres magos con formación, yo entre ellos- dijo Anabel. Ella y Beltrán están sentados en una de las terrazas situadas cerca de los Jardines del Príncipe, con unas bebidas intactas en la mesa. Aunque empiezaa notarse el frío del otoño, el sol brilla con fuerza suficiente para que estar sentado en una terraza fuera agradable. Beltrán y Anabel hablan en voz baja, apoyados en la mesa.

Beltrán no ha descansado bien. Había tenido fuertes pesadillas, sueños de oscuridad, sombras y miedo. Todavía ahora, al sol de la mañana, sentía la fría sensación de las tinieblas que le acechaban mientras dormía. Mientras escucha a Isabella -le cuesta pensar en ella como Anabel- hablar de los crímenes cometidos en Madrid y de las misteriosas desapariciones en Aranjuez, observa a la gente que pasea por los Jardines.

De repente, Isabella se calla. Él también lo nota, un frío malsano que parece emerger de las sombras, un silbido sutil. La luz del Sol parece palidecer, perder fuerza, mientras que las sombras de los puestos se hacen más intensas. A su alrededor, las personas que les rodean continúan con sus actividades cotidianas, sin notar absolutamente nada.

Necesitan encontrar rápidamente un lugar donde defenderse. Sin necesidad de palabras entre ellos, ambos se levantan, y Beltrán deja un par de billetes sobre la mesa. Las bebidas permanecen sin tocar. La zona turística no es segura, pero Isabella señala al otro lado del puente. Allí, entre los matorrales, fuera de la vista. Un buen lugar.

No tienen tiempo para preocuparse por lo que la gente pueda ver. Nada más llegar al puente, saltan a la orilla del río Tajo. Se internan entre la maleza de la orilla, mientras las sombras se espesaban a su alrededor. Beltrán se quita la chaqueta, la arroja al suelo. Se prepara para la
batalla. Isabella está justoa su espalda, algo a la izquierda. Como en los viejos tiempos. Frente a él, el Trémulo toma forma, arrebatando la luz, la calidez del día.

El último pensamiento de Beltrán antes de lanzarse al combate es que hay que ser un mago muy poderoso para controlar a un Trémulo sin necesidad de rituales.

jueves, 6 de septiembre de 2007

Segunda Parte: Beltrán (I)

El tren llegó a la estación de Aranjuez despacio, casi con desgana. A la una de la madrugada, el andén estaba prácticamente vacío. Desde la ventanilla de su asiento, Beltrán sólo podía ver una figura envuelta en sombras, al inicio del andén. Se levantó de su asiento y descendió del vagón con una pequeña bolsa de mano como único equipaje.

Esperó en el andén al que el resto de los pasajeros desaparecieran en el interior de la estación. Luego, lentamente, se acercó a la persona que esperaba al otro extremo del andén. Era una mujer que aparentaba unos treinta años, de pelo negro y piel morena, vestida con un abrigo largo de color oscuro. Sin necesidad de hablar, se abrazaron como viejos amigos. Se miraron a los ojos, reconociéndose después de mucho tiempo sin verse.

-Como ves, he venido- dijo Beltrán. -¿Cómo te ha tratado la vida, Isabella?

-Isabella... Hacía mucho que nadie me llamaba así. Siguiendo tu consejo, no utilizo ese nombre -respondió ella.- Me hago llamar Anabel. Y la vida ha sido muy tranquila, mucho más que cuando era tu ayudante. Por lo menos hasta ahora.

Salieron de la estación despacio, hablando en susurros, sin turbar la silenciosa paz que se adueñaba de la ciudad a esas horas. Caminaron hasta un pequeño hotel situado cerca del centro, pero lo suficientemente alejado para resultar económico, donde Beltrán se instalaría.

Tras despedirse de Isabella -Anabel, se recordó a sí mismo- y volver a su habitación, Beltrán procedió con cautela. No quería llamar la atención sobre su presencia y confiaba en haber pasado desapercibido hasta ahora, por lo que no utilizó ningún conjuro protector. No por ello iba a descuidar la protección.

Abriendo la bolsa que llevaba, sacó de ella tiza y dibujó un círculo justo al lado de la puerta. Dentro del círculo esparció algo de sal y realizó varios complejos diagramas mientras musitaba unas frases en un extraño idioma.

Luego, convocó a un Barghest y lo encerró en el círculo. Si algún mago intentaba entrar en la habitación, el círculo se rompería y el Barghest quedaría libre para atacar al intruso mágico. Y él se despertaría.